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Épica de la burguesía

Réplica de "Bordada larga" (1935), Jorge García.

Llegamos al apartamento de la playa y me encuentro con un cuadro de Jorge García que me resulta familiar. Se trata de un velero que navega frente a una playa en la cual se divisa un faro. Nada más, no hay presencia humana de ninguna clase. No consigo recordar dónde lo he visto, pero un presentimiento me lleva a teclear en Google: "veleros de Edward Hopper", y allí está. Se trata del cuadro "Bordada larga", pintado en 1935. La de Jorge es una reproducción fiel, casi exacta del cuadro. Según me cuenta él unos días más tarde, se trata de uno de los primeros cuadros que pintó, cuando todavía no dominaba la técnica y copiaba a otros pintores. Más tarde desarrolló su propio estilo, alejado del realismo (https://www.instagram.com/acuarelasyacrilicos/). "Pero no me gusta demasiado Hopper -afirma Jorge-. Resulta demasiado estático..."
Es cierto, en los cuadros más famosos del pintor norteamericano predomina la soledad y la quietud. Cuando muestra escenas en movimiento hay en su dinamismo algo extraño, casi irreal, como sucede en el cuadro que difundió hace un par de semanas el museo Thyssen Bornemisza a través de su cuenta de Instagram. Casualmente, el post  preguntaba a los internautas por el autor de otra marina, la cual sí supe de inmediato atribuir a Edward Hopper aunque desconocía su título.
Ahora tengo frente a mí las dos pinturas, la réplica de Jorge de "Bordada larga" y la perteneciente a la colección Thyssen, titulada "El Martha Mc Keen de Wellfleet" (1944). Ambas obras nos muestran el cabo Cod, del municipio de Provincetown en el estado de Massachusetts. El matrimonio Hopper tenía allí una casa de veraneo y Edward solía salir a navegar con una pareja de amigos llamados Martha y Reggie Mc Keen. De hecho, el título de la segunda obra constituye un homenaje a ellos.
"Bordada larga" es un cuadro realista que muestra la pasión por la vela de la burguesía estadounidense, a la cual pertenecía su autor. El faro que aparece al fondo de la imagen existe realmente en Provincetown, si bien los edificios adyacentes parecen haber sido demolidos, a juzgar por las imágenes de Google maps. Más allá de su parecido con la realidad, "Bordada larga" no sugiere nada más.
"El Martha Mc Keen de Wellfleet", Edward Hopper, 1944

En cambio, "El Martha Mc Keen de Wellfleet" se abre a diversas interpretaciones que no agotan, sin embargo, su significado. Un pequeño velero navega junto a un banco de arena en el cual unas gaviotas miran imperturbables el horizonte. Eso es lo primero que nos extraña del cuadro, que los pájaros no se giren o alcen el vuelo al ver el balandro. También la proximidad del barco a la orilla sin quedar varado en ella. O las dimensiones del saliente de arena, demasiado delgado y bajo para adentrarse en el mar.
Una vez más, vuelvo a las imágenes de satélite que ofrece Google maps, donde podemos observar perfectamente el faro Long Point, del cuadro de 1935. La punta del cabo Cod concluye, en efecto, en un saliente de arena, pero éste es bastante más ancho que el del cuadro de Hooper, por mucho que la perspectiva pueda engañarnos.
He encontrado en internet un sugerente artículo firmado por Guillermo Solana que relata los pormenores de la elaboración de cuadro. Al parecer se inició el 10 de agosto de 1944, fecha en la cual Hopper salió a navegar con Martha y Reggie Mc Keen por el cabo Cod. Justo ese día, los marines de los Estados Unidos, en guerra contra el Japón, tomaban al asalto la isla de Guam, del archipiélago de las Marianas en el océano Pacífico.
Pese a que su ejecución parecía sencilla, la conclusión del cuadro se demoró durante meses. El 8 de septiembre, Jo Nivison -esposa de Hopper-, se quejaba en su diario de que la pintura del velero y las gaviotas no avanzaba al ritmo esperado. Edward le explicó que se debía a que el cuadro "no pinta hechos, sino ideas". ¿A qué ideas se refería el autor...? Lo ignoramos. Los diarios de Nivison nos informan de la conclusión del cuadro en Nueva York, durante el frío diciembre de ese mismo año de 1944, en unas condiciones climáticas muy distintas a aquellas en las que comenzó a pintarse.
Volviendo a la obra, observamos en ella a dos marineros al timón, tratando de controlar el rumbo de un balandro rampante entre las olas. Contrasta la acción de los hombres con la quietud del cielo, con la inmovilidad de las gaviotas. Ese contraste parece encarnar una parodia sutil. Como si ambos personajes creyeran vivir una aventura en medio de la normalidad, de la calma del mar. El saliente de arena nos da la sensación de que los hombres hubieran llegado a una suerte de finisterre más allá del cual se abre el océano.
En su artículo, Guillermo Solana parece sugerir un paralelismo entre el cuadro de Hopper y la guerra del Pacífico, que tenía lugar entonces, como si la actitud de los hombres del cuadro emulara la de los marines, desembarcando en la isla de Guam fusil en ristre. Frente a la épica militar de la guerra, o la épica de la navegación en alta mar, nos encontramos con una épica de lo cotidiano: una pareja de burgueses navegando en un pequeño velero junto a la playa. Se trata de una épica falsa, de un heroísmo que tiene algo de teatral.
Plantear semejante paralelismo resulta, en efecto, ridículo; pero no así sugerirlo de un modo sutil, porque una imagen pictórica poderosa, como apunta Hopper, debe trascender lo que vemos, debe contener una idea que nos obligue a preguntarnos su porqué.
Concluyo esta entrada con un pequeño relato imaginario. Estamos en diciembre 1944, poco antes de la Navidad. Hooper se encuentra en su apartamento de Greenwich Village. A través de la ventana contempla el  atardecer en Whasington Square. En la chimenea de mármol blanco crepita un fuego que se extingue lentamente. Sentado frente al caballete, observa el cuadro que lleva desde el verano tratando de terminar: "El Martha Mc Keen de Wellfleet". Jo se acerca a él silenciosa y posa la mano sobre su hombro.
-No entiendo por qué no lo acabas de una vez...
-Ya te dije: no se trata de pintar un balandro en la playa, sino unas ideas...
-Bueno, lo que tú digas -replica ella displicente.
Jo y Edward se casaron en 1924, no tuvieron hijos. Su relación fue tempestuosa según queda documentado en los diarios de ella. Pese a ello el matrimonio duró cuarenta y tres años. Ambos estudiaron arte en la escuela de Robert Henri, donde se conocieron; pero así como la carrera de Edward fue en ascenso, la de Jo se fue apagando. Mientras él cosechaba el máximo reconocimiento y se hacía mundialmente famoso, los cuadros de ella eran rechazados por los marchantes. En los años treinta el deseo de pintar de Jo se fue apagando. Sin embargo, siguió siendo la musa y modelo de su marido, a quien aconsejaba de continuo. Incluso ponía título a sus obras, como el del cuadro emblemático de su Edward: "Nighthawks" ("Noctámbulos"), de 1942.
La ira de Jo le ha provocado un cierto estrés, pero ya está acostumbrado. Se relaja una vez más mirando por la ventana, escuchando el crepitar del fuego. Pronto llegará la Navidad y deberán viajar a Nyack para celebrarla junto a la familia de él. Esquiva de nuevo este pensamiento evocando el verano en el cabo Cod, junto a Martha y Reggie Mc Keen, esa pareja sonriente que jamás discute.
Edward gira la cabeza y observa el cuadro que Jo comenzó a pintar hace meses y que continúa en el caballete, sin apenas avance, hasta el punto de que ella lo ha dejado en un rincón poco visible, para no recordar que debe terminarlo. En la mente de Hopper se reproducen escenas en blanco y negro de la televisión: muestran a los marines saltando a tierra en la isla de Guam. Se trata de imágenes mudas, de planos generales que se alternan con primeros planos en movimiento. Hombres musculosos pertrechados con cascos y chalecos antibalas que avanzan con sus fusiles de asalto por la orilla del mar, en dirección a la arena, más allá de la cual se divisan palmeras y selvas tropicales.
Sin darse cuenta, Edward ha comenzado a bisbisear el himno nacional y siente un escalofrío de emoción infantil. Los soldados son seres que imagina puros, entregados a la acción. También sin darse cuenta, ha empezado a perfilar las olas del cuadro, a inclinar un poco más el balandro, a aumentar los biceps del hombre que maneja el timón a pecho descubierto. Al principio ese hombre era él, pero ahora es una idealización de sí mismo.
Jo echa un par de troncos a la chimenea mientras piensa irritada que es ella siempre quien debe hacerlo para que no se apague el fuego, mientras él permanece embebido en sus pensamientos.
-Ya está... -dice Edward de pronto. Ella se acerca y vuelve a posar la mano sobre su hombro.
-Me gusta... -responde, y sonríe, aunque no demasiado para que él no se crea un gran artista.
Sin darse cuenta, Hopper acaba de pintar la valentía sin valentía, la épica sin épica de la burgueses.




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