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Salomé: relato de un cuadro

El escritor Joris Karl Huysmans (1848-1907)
Las líneas que siguen son un experimento literario. Partiendo de una pintura del siglo XIX, mi artificio consistirá en narrar el cuadro extractando los textos de otro escritor. ¿A qué pintura me refiero? ¿Quién es el escritor? 
El cuadro, de estilo simbolista, lo pintó el francés Gustave Moreau (1826-1898). Se titula "Salomé bailando ante Herodes"(1876, óleo sobre lienzo, 144x103,5 cm, Armand Hammer Museum, Los Angeles, California, USA).
El escritor es el franco suizo Joris-Karl Huysmans (1847-1907), autor de "A contracorriente" (1884), novela llamada por la crítica "la Biblia del decadentismo", estilo literario que surge en Francia a finales del siglo XIX y cuya característica primordial es el rechazo de la sociedad burguesa. No deja de resultar paradójico que todos los miembros de esta escuela fueran consumados burgueses hastiados de serlo. Deseosos de escapar de la realidad, huían con la imaginación a otras épocas, a otros lugares, a otras culturas... "Salomé bailando ante Herodes" y "A contracorriente" son dos paradigmas de lo anterior.
"A  contracorriente" narra las peripecias de un personaje de rimbombante nombre: el duque Jean Floressas des Esseintes, quien decide aislarse en una mansión campestre -eso sí, con abundantes criados- para vivir rodeado de libros y obras de arte. Todo lo que le circunda es sumamente bello y estético, y decide dedicarse en exclusiva a su contemplación.
La novela, como anuncia el título, supuso una ruptura con el estilo literario que hasta entonces había cultivado Huysmans: el naturalismo, cuyo ideólogo era su amigo y maestro Emile Zola. Una tarde, dando un paseo por el campo, Zola le afeó a Huysmans que con "A contracorriente" hubiera asestado un golpe terrible al naturalismo, movimiento que preconizaba justo lo contrario que el decadentismo: la descripción de los real frente a lo fantástico. Había muchas cosas que Zola no podía comprender -escribe Huysmans recordando aquella tarde- (...) el deseo que yo experimentaba de romper los límites de la novela, de hacer entrar en ella el arte, la ciencia, y de no servirme de esta forma literaria nada más que como marco para insertar en él trabajos más serios.
La última frase resulta ampulosa, fruto de concepción decimonónica del arte como algo trascendente. ¿A qué se refiere con "trabajos más serios"? En cierto modo puede satirizarse el estilo literario de Huysmans, visto desde nuestra época: sus adjetivos; sus descripciones; su grandilocuencia, suenan trasnochados. Sin embargo, concebir la novela como marco de otras cosas: el arte, la ciencia, resulta actual.
Comenzaré a editar el texto de Huysmans como si se tratara de un relato actual, tratando de eliminar esa adjetivación, ese retórica finisecular del XIX...

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Entre todos los artistas había uno cuyo talento le subyugaba (...), se trataba de Gustave Moreau.
Adquirió sus obras maestras, y pasaba noches enteras (...) contemplando entusiasmado uno de los cuadros que representaba a Salomé bailando ante el rey Herodes. Este cuadro estaba organizado de la manera siguiente:
Aparecía un trono elevado, semejante al altar mayor de una catedral, situado bajo (...) bóvedas  que surgían de robustas columnas como las de los pilares románicos, esmaltadas con ladrillos policromados, engastadas de mosaicos con incrustaciones de lapislázuli y de sardónica, en un palacio parecido a una basílica de estilo musulmán y bizantino a la vez.

(Otra de las características del decadentismo-simbolismo es su afán por desubicar el relato: el románico, el estilo musulmán, el bizantino... Aunque se trate de una escena inequívocamente bíblica parece clara la voluntad de descontextualizar)

En el centro del (...) altar al que se accedía por unas escaleras (...) se encontraba sentado el tetrarca Herodes, con una tiara en la cabeza, las piernas juntas y las manos sobre las rodillas.
Su rostro (...) surcado de arrugas (...); su larga barba (...), piedras preciosas (...) adornaban la túnica.
Alrededor de esta estatua inmóvil, petrificada en un gesto hierático de dios hindú, ardían productos aromáticos que exhalaban nubes vaporosas traspasadas por el brillo de las gemas incrustadas en las paredes (...)

(Me detengo en este punto para evitar esa ampulosidad de adjetivos, ese esteticismo "fin de siecle" que sobrecarga la narración; aunque, bien pensado, esperaré a que Salomé entre en escena...)

Con la expresión concentrada, solemne y casi augusta, empieza la lúbrica danza que ha de despertar los (...) sentidos aletargados del viejo Herodes; ondulaban los senos de Salomé y, al contacto con los collares que se agitan frenéticamente, sus pezones se enderezan; sobre la piel sudorosa centellean los diamantes; sus pulseras, sus cinturones, sus sortijas, escupen chispazos; la coraza de orfebrería, cada una de cuyas mallas es una piedra preciosa, se pone a llamear sobre su túnica triunfal, bordada de perlas, rameada de plata, laminada en oro, dibuja culebrinas de fuego, bulle y se agita sobre la carne mate, sobre la piel rosa té, como si contuviera espléndidos insectos de alas deslumbrantes, jaspeados de carmín, moteados de amarillo alba, esmaltados de azul acero, y adornados con rayas verdes del color del pavo real.

(Note el lector cómo la narración comienza siendo muy vibrante con el paso del pasado al presente y, sin embargo, cómo pierde efectividad conforme avanza debido a los excesos descriptivos...)

Ensimismada, con la mirada fija, como una sonámbula, Salomé no ve al tetrarca que se estremece, ni a su madre, la feroz Herodías, que la está vigilando, ni al hermafrodita, o eunuco, que se mantiene erguido empuñando un sable, ante los pies del trono, un ser de aspecto terrible, que lleva un velo hasta las mejillas, y cuya mama de castrado cuelga, como una cantimplora, bajo su túnica jaspeada de naranja.

(Más allá de la adjetivación exagerada y de la prolijidad del texto hay, en efecto, en este relato una voluntad de ir más allá de la novela, de utilizar la novela como un marco para dar entrada en ella a la pintura, y que ésta se convierta, mediante el uso del presente de indicativo, en una escenificación teatral o, incluso, en una película de cine o un serial televisivo. ¿Acaso no recuerda este relato una escena de "Juego de tronos"?)

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El pintor Gustave Moreau (1826-1898)
El relato de Huysmans, protagonizado por el voyeur Des Esseintes, continúa con un segundo cuadro de Moreau titulado "La aparición" -que también cuelga de las paredes de su casa de campo-, donde vuelve a aparecer Salomé, a la cual se le aparece el espectro de  Juan el Bautista, decapitado por orden de Herodes a petición suya. Este cuadro trata sobre el pecado.

El tema del relato está, una vez más, pasado de moda, pero lo que importa, lo que resulta moderno de "A contracorriente" es ese narrador que es el observador de una imagen (en este caso pictórica), que articula su relato a partir de la propia imagen, y que entrecorta el relato cuando la imagen, esa "foto fija", expira.

Ayer hablaba precisamente de esto con el pintor Ignacio Fortún, a quien conocí en la presentación de "Ciudades que se posan como pájaros", libro de viajes de Fernando Sanmartín. La exposición de Fortún -que recomiendo a todos los zaragozanos- se celebra en La Lonja hasta el 31 de diciembre. Lleva por título "Mirada y relato", y contiene, al igual que la Salomé de Moreau y Huysmans, una narración en imágenes.








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