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Entradas

Un tipo de semilla rara que solo germina en el miedo

Hace algunos días recibí un correo de Google. Anunciaba que el registro de mi dominio: elblogdericardolladosaescritor.com se renovaría automáticamente en treinta días. Entré en el blog y me di cuenta de que hacía un año que no escribía en él. Probablemente, la última vez que lo hice fue tras recibir ese mismo correo el año pasado… Me gusta pensar en el dominio elblogdericardolladosaescritor.com como en una propiedad inmobiliaria de la nada, un territorio sin gobierno, sin leyes, sin jueces; donde expresamente he decidido no legislar ni ejercer autoridad alguna; no por anarquía, sino porque en él apenas sucede nada. Mi dominio se parece a un viejo caserón aislado a las afueras de la ciudad, en medio de una zona industrial en crisis. Casi nadie lo visita y la maleza crece en el jardín.  El hollín de las fábricas recubre la fachada; pero si alguien (tú mismo, lector) accede al interior sin llamar a la puerta, se encuentra con que no hay polvo y todo huele a limpio, como si alguien acabara
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El rincón de la bruja

  Hace varias semanas pasé por delante de mi parvulario: el colegio Virgen Reina de Zaragoza y tomé esta fotografía. Desde poco antes de la muerte de Franco, en 1975, hasta poco antes de que se promulgara la Constitución de 1978, mi vida transcurrió entre estas paredes hoy deshabitadas. Hasta 2010, año de su cierre, el colegio lo dirigió una pequeña congregación de  monjas. Tras mucho rebuscar por internet, descubro que pertenecieron a la orden de las Madres de los Desamparados y San José de la Montaña, fundada en Málaga en 1881 por la beata Petra de San José Pérez Florido, siendo romano pontífice León XIII. En la actualidad, la orden esta presente en Italia, Estados Unidos, Méjico, Centroamérica, Colombia y España. Sobre la barra superior de su página web, figura un banner donde se lee: "¿Quieres ser Madre de los Desamparados?" Si pinchéis en él, mujeres, seréis invitadas a un campo de trabajo en el tórrido interior de la provincia de Jaén durante el mes de julio. Pero en Za

Épica de la burguesía

Réplica de "Bordada larga" (1935), Jorge García. Llegamos al apartamento de la playa y me encuentro con un cuadro de Jorge García que me resulta familiar. Se trata de un velero que navega frente a una playa en la cual se divisa un faro. Nada más, no hay presencia humana de ninguna clase. No consigo recordar dónde lo he visto, pero un presentimiento me lleva a teclear en Google: "veleros de Edward Hopper", y allí está. Se trata del cuadro "Bordada larga", pintado en 1935. La de Jorge es una reproducción fiel, casi exacta del cuadro. Según me cuenta él unos días más tarde, se trata de uno de los primeros cuadros que pintó, cuando todavía no dominaba la técnica y copiaba a otros pintores. Más tarde desarrolló su propio estilo, alejado del realismo ( https://www.instagram.com/acuarelasyacrilicos/ ). "Pero no me gusta demasiado Hopper -afirma Jorge-. Resulta demasiado estático..." Es cierto, en los cuadros más famosos del pintor norteamericano

Océano Pacífico

Hace algunos años, cuando era un escritor en ciernes que pugnaba por publicar mi primera novela, escribí un breve relato en Facebook. Se inspiraba en un recuerdo infantil y, al mismo tiempo, en una pesadilla de aquellos años. Lo titulé “Océano Pacífico”. Comenzaré por el recuerdo… Tengo nueve años y acabo de hacer la primera comunión. Entre mis regalos hay una bola del mundo de plástico del tamaño de un balón de fútbol. Se ilumina por dentro gracias a una pequeña bombilla. Mi dormitorio quedaba a oscuras cuando cerraba las contraventanas de madera, enchufaba la bola a la corriente y resplandecía con su luz cálida. En medio de la penumbra y el silencio contemplaba embobado lo minúscula que era España. Europa también me parecía pequeña comparada con Asia. Pero lo que más me atraía era el océano Pacífico. Giraba lentamente la esfera y su luz se tornaba azulada. El pequeño trozo de plástico que ocupaba el Pacífico me resultaba gigantesco. Los paralelos y meridianos parecían de

El vicio y la mal según Dickens y Polanski

Barney Clark y Ben Kingsey en "Oliver Twist" de Roman Polanski, 2005. Ayer tuve el placer de ver con mis hijos la versión cinematográfica del clásico de Dickens: "Oliver Twist",  dirigida por Román Polanskie en 2005. Ignoraba la existencia de la película -tal ha sido mi abandono del cine en los últimos años-; pero el abandono tiene, por suerte, alguna ventaja: la de propiciar el descubrimiento de la película. Leí "Oliver Twist" a los doce años en la versión de la colección Club Joven Bruguera. El libro fue editado -según compruebo a la par que escribo este artículo- en 1982. Por supuesto que recordaba a Fagin, pero el personaje no me impresionó demasiado en aquella primera lectura de la infancia. Forma parte, sin duda, de la galería de personajes ambiguos y geniales de Dickens. Fagin es un perista de poca monta, un anciano que se gana la vida vendiendo objetos hurtados a sus dueños por una cuadrilla de niños huérfanos, a quienes acoge en su casa

Un retrato de Elena

(Vi esta foto de mi amiga Elena Guisado y se me ocurrió escribir un cuento. Espero que os guste). A la izquierda reposa una bola del mundo de las que se enchufan a la corriente y se iluminan por dentro. El cable descansa perezoso sobre la mesa junto a unos rotuladores vagos y desperdigados. Hay también una taza de puntitos y un vaso marroquí de cristal verde. Las sillas son de estilo inglés; la alfombra, persa. En el espejo se reflejan las cortinas, continuación del pelo de Elena. Los pliegues de la tela parecen largos mechones, bajan desde el techo hasta el suelo y configuran el mundo interior. El mundo interior son maderas, telas, pergaminos, lanas, bombillas, vestidos estampados. Porque Elena es también un objeto que forma parte de ese mundo interior: una escultura, una pintura en blanco y negro. Hojea una revista de decoración que continúa en el papel la realidad de los muebles, de las alfombras, de las lámparas. Ha dejado de leer la revista y gira la cabeza. Su rost

Los globos aerostáticos y el infinito

"El ojo, como un globo grotesco, se dirige hacia el INFINITO", litografía de la serie "A Edgar Poe", Odilon Redon, 1882. Siempre me han fascinado los globos aerostáticos: su fragilidad unida, sin embargo, a su capacidad de elevarse hasta el cielo y viajar largas distancias utilizando simplemente una cesta, unas cuerdas y una gigantesca tela. En 1898, el pintor simbolista francés Odilon Redon (1840-1916) escribió una carta a su amigo y primer biógrafo, el crítico de arte André Mellerio en la cual, a propósito de Edgar Allan Poe, aseguraba: “Me habían dicho muchas veces que la lectura del poeta norteamericano daría un impulso a mi arte. Yo creo que se equivocaban, sus cuentos no son mi lectura de cabecera”.  Esta afirmación parece contradecir la importancia que Redon  había dado a Poe en su obra; en particular en sus grabados. Dedicó al autor de Boston una serie de seis litografías titulada: “A Edgar Poe” (1882), además de otros muchos dibujos y grabados a l