La biblioteca de Tudela me propone compartir una tarde con los lectores que quieran apuntarse para desarrollar el tema: «Cómo escoger el libro que deseamos leer». Mi exposición tratará sobre la secuencia de pasos que nos llevan desde el estante de la biblioteca hasta la lectura, en su caso, de la última página de un libro. De ahí que haya titulado la actividad «El camino de la lectura». Siempre me ha sido muy grata la noción de «viaje», no como mero desplazamiento físico sino como itinerario mental que nos lleva a descubrir, a comprender algo ignoto, por pequeño que sea ese algo.
1- ELEGIR UN LIBRO: leerlo o no leerlo; esta es la cuestión
Un libro nos puede atraer por múltiples motivos: el tema tratado, el autor, la época, las emociones, la estética, los conocimientos que pensamos que infundirá en nosotros. Todos estos estímulos constituyen fuentes de seducción. Esta es quizá la palabra clave a la hora de elegir un libro: el libro nos seduce por algún motivo. A veces el motivo es concreto: alguien de confianza nos lo ha recomendado; en otras ocasiones el motivo es abstracto, etéreo: como cuando nos atrae una persona y no sabemos el porqué.
El caso es que vamos a una estantería de la biblioteca de Tudela donde se encuentran, por ejemplo, diversas novelas históricas y escogemos una ambientada en la Segunda Guerra Mundial, una época que nos resulta especialmente atractiva.
¡Ya tenemos el libro!
2- COMIENZA LA LECTURA: catar, saltarse páginas, abandonar el libro o seguir adelante
Hemos sido seducidos, sin importar el motivo, por un determinado libro. Lo primero que hacemos es catarlo. ¿Qué significa exactamente? En las editoriales, cuando llega un aluvión de manuscritos, los lectores profesionales emulan a los enólogos: leen las primeras páginas, algunos fragmentos del medio, el final…
Adaptando el término a un lector de la biblioteca de Tudela, éste ha escogido un mamotreto sobre el desembarco en Normandía y comienza a leer las primeras páginas. Pronto se da cuentas de que, por mucho que le atraiga el Día D, la lectura se le hace pesada, la obra —sea ensayo o novela— no avanza como debiera, se detiene en infinitos detalles sin interés… Entonces, nuestro avezado lector decide saltarse páginas, a ver si en unos capítulos la cosa mejora; pero el caso es que no mejora, y finalmente lo vuelve a dejar en el estante de la biblioteca, teniendo cuidado de no dejarlo en el estante que no es, claro.
Mi consejo es no perseverar demasiado cuando un libro no nos gusta o no nos aporta nada. Hay infinidad de libros esperándonos en los estantes y la vida, si la comparamos con el tiempo de su lectura, es infinitamente breve.
No debemos confundir el abandono de un libro con el hecho de que su contenido nos resulte triste o desagradable. A menudo tales sentimientos pueden ser fuente de placer: una buena novela de terror o, por ejemplo, supongamos que nuestro libro de la Segunda Guerra Mundial, en vez de sobre el Día D, versa sobre el Holocausto. Nos conmueve leer la muerte de los judíos, pero encontramos en ello un sentido profundo: rechazar todo fanatismo.
¡Ya está!, nos hemos metido dentro del libro, lo que leemos nos emociona, nos atañe, nos divierte: nos hemos adentrado en la senda lectora…
3- EL CAMINO DE LA LECTURA: terminar un libro, picotearlo, releerlo, leer en voz alta
Lo normal es que el camino de la lectura se transite en la intimidad de nuestros hogares, pero tampoco hay que desdeñar la paz de las bibliotecas, su silencio, que es refugio de la concentración y evasión que supone el acto de leer. A menudo, cuando concluimos un libro que nos gusta nos sentimos pletóricos y, al mismo tiempo, huérfanos: hemos aprendido algo importante, nos hemos divertido, nos sentimos mejores: más cultos, más sensibles, más maduros… Pero también tristes, porque vamos a dejar al protagonista, que se ha convertido en nuestro colega, nuestro amigo, nuestro amante… De un modo u otro estábamos inmersos en un mundo que, de pronto, ¡se desmorona, se disuelve! Y al momento ya estamos pensando en volver a los estantes de la biblioteca de Tudela para buscar otros seres y otros escenarios que sustituyan a los amados u odiados del libro anterior.
Hay veces que el libro nos gusta tanto que nos lo compramos para picotearlo de nuevo, para leerlo en voz alta… ¿Quién no ha picoteado un poema de Machado…? Respecto a leer en voz alta, todavía recuerdo a mi padre (como otros padres de su generación), leyéndome en voz alta ese episodio de La Guerra Civil Española de Hugh Thomas, que contenía el famoso discurso de Unamuno ante el general Millán Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca: «¡Venceréis, pero no convenceréis…!» Tanto a mi padre como a mí se nos ponían los vellos como escarpias.
Muchas veces ocurre que queremos releer un libro que leímos hace tiempo: porque nos gustó mucho, o porque lo abandonamos y quizá cometimos una injusticia. La relectura es siempre un enigma: el libro es siempre el mismo, pero cuando lo releemos parece otro. De pronto lo que era aburrido nos parece ameno, o lo sublime se troca en banal e incluso ridículo. ¿Cómo es posible…? Comprendemos que el libro no ha cambiado, sino que nosotros somos otros, distintos de cómo éramos; o tal vez es la sociedad la que ha cambiado.
Nos sentimos mejores tras leer: nos hemos comprendido mejor a nosotros mismos o a quienes nos rodean. ¿Cómo se consigue este pequeño milagro?
4- ACTITUD LECTORA: para leer no hay que ser ingeniero de caminos, también se puede ser peón
Con la provocadora sentencia que titula este cuarto punto —que es una exageración, obviamente—, me refiero a que la lectura es más una cuestión de actitud que de aptitud. Para leer no es tan importante la formación como el deseo de formarnos a través de las páginas leídas.
Para disfrutar de los libros nuestra actitud debe tener un punto de arrojo, de valentía, de instinto. Debemos atrevernos con libros que, a priori, consideramos cultos o difíciles. Quien lee a Danielle Steel, a Joel Dicker o a Ken Follet puede leer también Madame Bovary de Flaubert, las novelas negras de Simenon o Los miserables de Victor Hugo. Para hacerlo no hacen falta títulos universitarios (aunque éstos tampoco molesten), sino voluntad de leer. Es algo parecido a optar entre tirarnos a un río de montaña para refrescarnos del calor o quedarnos en el bordillo porque el agua está fría: ambas opciones tienen ventajas: la de refrescarse versus la de no pasar frío; pero uno siempre se siente bien cuando se refresca; en cambio, si pasa calor para no pasar frío, siempre le quedará la duda de si lo contrario hubiera sido mejor. Además, en caso de tiritar, siempre podremos salir del agua y ovillarnos en la toalla.
A menudo, en mis visitas a clubes de lectura para presentar mis novelas, me he encontrado con lectores de apariencia humilde cuyas opiniones me han impactado por su profundidad; frente a lectores en apariencia más avezados que no me han desvelado nada acerca de mi obra, o acerca de mí con acento.
5- EN EL CAMINO: la lectura como viaje
Somos lectores en potencia o en acto desde el día que aprendemos a leer hasta el día que morimos o perdemos la conciencia, porque incluso los ciegos pueden leer en Braille o escuchar a otros leerles. La lectura es un camino, un viaje de la realidad exterior a nuestro mundo interno: un tránsito que, al cabo, siempre nos enaltece, aunque a veces sigamos sendas equivocadas y debamos dar media vuelta; ¿acaso no sucede lo mismo con nuestras vidas?
En fin, podría seguir enrollándome, cual autor de best sellers históricos, pero creo que ya he contado lo esencial. Espero que estas humildes notas ayuden a los lectores a escoger su próximo libro en los estantes de la gran biblioteca de Tudela.
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