Ayer soñé que caminaba por un mercadillo navideño. A mi alrededor, el estruendo de los villancicos se mezclaba con las voces de los paseantes. Los niños hacían cola frente a la noria. Un gitano con largos bigotes alquilaba camellos para dar paseos. Sobre nuestras cabezas, entramados de luces brillaban bajo el cielo azul marino. Al fondo se divisaba el pórtico de la catedral, lóbrega y vacía. Caminaba y mis hombros chocaban con los de otros transeúntes que pasaban en dirección contraria. Veía caras aparecer y desaparecer. Sin conocer a nadie. Hasta que apareció él. En el sueño no tenía setenta y dos años -la edad con la que murió-. Rondaría los cincuenta. Vestía aquel chaquetón beis que llevó durante años. Ese con el cuello de pana marrón. Iba repeinado con raya a un lado. Olía a colonia Legrain. -¿Qué tal estás, Ricardo? -yo no sabía qué responder. La alegría de verle de nuevo me había dejado sin palabras, y permanecí callado-. ¿Te ocurre algo, tienes algún problema...?